
Me parece que culturalmente estamos acostumbrados a pensar en lo que «tenemos que hacer.»
Es algo natural, porque lo aprendimos desde niños: Mamá, papá, tíos, abuelos, maestros, hermanos… Cualquiera que fuera mayor que nosotros, que supiera más que nosotros, podía decirnos lo que teníamos que hacer, lo que era mejor para nosotros.
Así fue como aprendimos a confiar en los demás y en el proceso nos olvidamos de confiar en nosotros mismos.
Crecimos y con el tiempo, con el hábito de confiar primero en las figuras de autoridad que fueron adquiriendo otros rostros: jefes directos, coordinadores, gerentes, directores… -elige el rol que quieras en el contexto, la industria y el organigrama que quieras- terminamos por olvidarnos de nosotros mismos.
Hasta el día en el que «algo» te despierta.
Ese despertar tiene muchas formas de presentarse. Para algunos es una enfermedad. No necesariamente incurable o permanente, aunque desafortunadamente a veces lo es. En otras ocasiones es un despido, el cierre de la empresa, liquidaciones por recorte de presupuesto, una situación familiar… «Algo» que te hace detenerte en medio de la vorágine que te ha rodeado por años y te orilla a preguntarte: ¿Y ahora qué es lo que sigue?
Y a veces -solo a veces- ese es el momento exacto en el que te preguntas: ¿Qué es lo que realmente quiero?
Has llegado al punto en el que ya no te resulta relevante lo que los demás dicen que es bueno para ti, ¡porque lo hiciste todo a su manera! Seguiste las reglas, los consejos, la carrera, la maestría y todos los cursos que te dijeron que debías estudiar para llegar a donde te dijeron que debías llegar.
El punto es, que en este preciso momento tienes la libertad de hacerte esa misma pregunta: ¿Qué es lo que quieres?
Es innecesario esperar a que pase «algo,» a que la vida o las circunstancias «te orillen» a decidir. Puedes hacerlo ahora mismo.
Si te gusta tu trabajo, lo que haces, hacia dónde te lleva tu carrera, ¡qué maravilla!
Si disfrutas levantarte cada día y hacer lo que haces, estás en el camino correcto.
Pero si la respuesta es no me gusta, me pesa, ya no quiero ir a trabajar, me enfermo constantemente, estoy agotado, deprimid@ o cualquier otra cosa que te está haciendo daño, es buen momento para detenerte y preguntarte ¿Qué es lo que quieres? Porque evidentemente eso que estás haciendo, no es lo que quieres.
Tu parte adulta te dirá que suena bonito pero que no puedes renunciar y olvidarte de tus responsabilidades. De acuerdo, no estoy sugiriendo que lo hagas.
Sin embargo, tú sabes que puedes replantearte la vida sin olvidarte de tus responsabilidades.

¿Te gusta la música? En lugar del curso «que deberías tomar» para ascender, puedes inscribirte en un curso de música. Te vas a sentir más feliz, vas a sentirte ilusionado de nuevo por algo que es importante para ti y eso se va a reflejar en tu día a día, en tu trabajo y sobre todo: en tu salud.
Tú eres más importante que el ascenso, porque se trata de ti, de tu vida, de tu salud física y emocional.
¡Aprende todo lo que quieras! Crea espacios para desarrollarte mental, espiritual y emocionalmente.
Hacer lo que te gusta, hacer lo que tú quieres, puede ser una vez a la semana, una hora al día o una vez al mes. La frecuencia la irás ajustando tú. Confía en ti, pregúntate a ti mismo qué es lo quieres y las respuestas llegarán más fácil de lo que te imaginas.
Después de todo, ¿quién dice que el desarrollo profesional está supeditado a lo que te dedicas ahora mismo?
La vida tiene muchas puertas y uno nunca sabe, si te dedicas a hacer lo que quieres, ¿te imaginas hasta dónde puedes llegar?
LVM / Asesora de alineación para mejorar la productividad
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